
El campo del arte en Colombia le debe mucho Lía Guberek de Ganitsky, hoy no sería el mismo sin su aporte. La colección que ella y su esposo, Moisés Ganitsky, reunieron a lo largo de décadas, y la cual donaron al pueblo colombiano, es una de las más grandes e importantes que se hayan registrado en el país durante el siglo XX y constituyen una de las recopilaciones más relevantes de arte moderno latinoamericano.
Un conjunto de 143 obras de 62 artistas de todo el mundo, reunido desde mediados de los años 60 hasta finales de los 90. Lía Guberek y Moisés Ganitsky, dos amantes del arte, judíos, empresarios, hicieron posible este hito que hace parte del patrimonio cultural colombiano.
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La pareja, interesada en el desarrollo cultural del país, dedicó su vida a coleccionar las piezas más importantes del arte moderno, con el apoyo directo de la crítica de arte y ensayista argentina, Marta Traba, quien sería una de las gestoras principales del Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBO). A su lado, Lía Guberek aprendió lo más importante de su formación artística y compartió varias ideas en torno a la modernización del arte y el progresismo.
En su colección no hay espacio para los conceptos explorados por el muralismo mexicano. Con Traba cerca, las obras reunidas obedecían a un criterio muy específico. Para ella, no existía como tal aquello del arte colombiano, sino arte hecho en Colombia, dos categorías muy distintas.
Obras de Fernando Botero, Guillermo Wiedemann, Alejandro Obregón, Juan Antonio Roda, Edgar Negret, Luis Caballero, Ana Mercedes Hoyos, Feliza Bursztyn y Eduardo Ramírez Villamizar, entre muchos otros, conforman esta colección de Guberek y Ganitsky, dando cuenta de una época rica en producción artística para Colombia.
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Tan importante fue la gestión de Guberek como la de Ganitsky, su historia de vida no podía quedarse en el olvido, y eso lo entendió muy bien uno de sus descendientes, el economista Simón Ganitsky Guberek, quien se dedicó durante varios años a registrarla en las páginas de lo que terminó siendo el libro “La mujer que movía montañas”, publicado en 2023 por la filial colombiana del grupo Planeta.
A lo largo de 288 páginas, este libro reconstruye la vida de Lía Guberek, como la mujer adelantada a su tiempo que fue, viendo la posibilidad de contribuir al desarrollo cultural y artístico de un país con inmensas necesidades, desde la empresa. Obrando de mecenas, Guberek terminó convirtiéndose en una de las figuras más eminentes de la sociedad colombiana.
“Ls señora Lía Guberek de Ganitsky nos hablaba mucho del empoderamiento de la mujer; que fuésemos lideresas donde estuviésemos, en todos los campos (…) Doña Lía también nos hablaba de ser mujeres íntegras. No podíamos perder nuestra esencia femenina. Teníamos que ser íntegras, trascender con la familia, con nuestros padres y con nuestros hermanos. Siempre tenemos que dejar huella de buen desempeño en todo. Hablar bien, tener buen rendimiento académico y laboral (…) fue un ejemplo” – (Fragmento)
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Como si fuera un mosaico, reza la contraportada del libro, en estas páginas se reúnen los testimonios de personas que conocieron a Lía Guberek en los distintos ámbitos en que dejó huella: el familiar, el laboral, el social, el cultural, el artístico y de ellos resulta evidente su tesón, su capacidad para el trabajo, su habilidad para las relaciones interpersonales, sus niveles de exigencia, su deseo de estudiar y aprender, su talento para la cocina, su don de liderazgo y su inmensa sensibilidad artística y humanística.
Lía nació en Bogotá el 6 de febrero de 1931, hija de Simón Guberek y Lola Rabinovich, una pareja de judíos que llegaron a Colombia en 1929, él de Polonia y ella de Rumania. Asentados en un país lejano, criaron a la pequeña como una señorita, en todo el sentido de la palabra.
Recién cumplidos los diecisiete años, contrajo matrimonio con Moisés Ganitsky y juntos tuvieron tres hijos: Sara, Salomón y Alberto. Entre las muchas cosas que hizo para la cultura colombiana, es destacable su gestión como creadora de la Asociación Colombo-China, cofundadora del Teatro Libre de Bogotá e impulsora de la Colección Simón y Lola Guberek; además, creó el Colegio Menorah, para estudiantes de escasos recursos, en donde se le recuerda con cariño.
El hogar en el que crecí como uno de los hijos de Lía y Moisés irradiaba calor humano y amor. Mientras Moisés, mi padre, se dedicaba a forjar el futuro económico con una gran disciplina de trabajo y a sudar la gota, como se dice, Lía, mi madre, desde el comienzo, nos rodeó a cada uno de mis hermanos y a mí con un inigualable cariño.
Aprendí desde un principio a amar a mi madre. Siempre la vi como una gran mujer, como a una persona de un carácter sensible, de sinceridad total en su actuación, de transparencia absoluta en su pensamiento. La alegría era otra característica que revestía su forma de ser. Toda la vida en la casa se escuchó música. Cuando éramos muy niños se escuchaban cantantes de un sinnúmero de nacionalidades. Después de la muerte de mis padres, al mirar la colección que dejaron, encontré discos en 45 y 78 revoluciones de boleros del Caribe, de italianos, franceses e israelíes, entre muchos otros. Una canción que quedó grabada en mi cabeza, “Volaré”, la original, no recuerdo de qué cantante italiano de la década de los cuarenta era, antes de conocer la versión en salsa de Ismael Rivera.
Lía fue una mujer activa, dinámica, incansable, en movimiento permanente; la recuerdo, por ejemplo, tomando clases de taquigrafía; en otros momentos, de inglés, de italiano o de francés. Cuando yo tenía unos cinco años recibía, en nuestra casa de la carrera 21 con 45, del barrio La Soledad, a distintos profesores de esos idiomas.
Fue criada en la lengua de los judíos de la Europa central: el yiddish. Sus padres, mis abuelos, Simón Guberek y su esposa, Lola Rabinovich, eran, el uno, de Polonia y, la otra de Rumania, pero su comunicación era en yiddish. Y a sus tres hijos, a mi mamá y a sus dos hermanos, los criaron en yiddish.
De todas maneras, mi mamá fue a colegios colombianos en los que se hablaba exclusivamente en español, lengua que adoptaría como propia. Y nuestros padres nos hablaron en este idioma.
Cuando mi papá llegó a Colombia en 1939 hablaba varios idiomas. Pero había sido criado en su natal Ucrania en yiddish, igualmente. Aunque aprendió poco a poco el español, su comunicación con mi mamá fue en esa misma lengua, la que mis hermanos y a mí desafortunadamente no nos enseñaron.
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