Cuando se disputa un conflicto militar, el nivel político depende de aquello que sucede en el campo de batalla en tanto define la victoria o derrota de lo que se pretende políticamente. La victoria, para el político, supone la continuidad y supervivencia del régimen; mientras que, para el militar, es el logro del objetivo establecido políticamente a un costo que se fija de forma arbitraria. Para ambos, significa la gloria.
La paz resultante es consecuencia directa de lo que sucede en el campo de batalla. La guerra de Ucrania cristalizó la existencia de dos grandes complejos industriales militares en forma de redes que proveen armas a nivel mundial. Uno es conformado por la red occidental, que trabaja en la convergencia funcional de los sistemas europeos con el norteamericano, creando compatibilidades de base para los sistemas de armas en tanto sus miembros forman parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Trabaja asociativamente, alcanzando economía de escala y desarrollando sistemas interoperables e intercambiables mediante la integración de una grilla de operaciones multinacional altamente compatibles entre sí.
El Instituto de Investigaciones para la Paz de Estocolmo (SIPRI) muestra que, como resultado de dicho proceso de entrelazamiento y proyectos conjuntos, la occidental es actualmente la red responsable del 68 % de las transferencias de armas del planeta. Ucrania depende del apoyo de dicho complejo para sostener su propia existencia y repeler con éxito la agresión de Rusia.
La ayuda militar enviada –misiles antitanque y antiaéreos, drones, armas livianas, helicópteros y vehículos blindados a ruedas– ha sido, junto con un entrenamiento para operar eventualmente detrás de las líneas enemigas, el eje de la estrategia de defensa ucraniana. La asistencia occidental a Kiev comenzó después de la invasión de Crimea y tras la revuelta de los separatistas prorrusos del Donetsk y Lugansk.
Cuando se inició la segunda etapa de la invasión, el 24 de febrero de 2022, la asistencia siguió siendo “defensiva”, pero, como consecuencia de la intensidad y el volumen de la avanzada rusa, pronto fue claro que la ayuda previa era insuficiente en cantidad de armas, tipos y necesidades posteriores emergentes del campo de batalla.
Para resolver esta novedosa circunstancia, se aprobó un nuevo paquete de ayuda por 40.000 millones de dólares, con dos componentes. El primero estaba compuesto por tanques, vehículos, helicópteros pesados, artillería y munición de distinto tipo, que formaba parte del equipamiento remanente en los países del ex Pacto de Varsovia. Eso permitió modernizar el equipamiento de los países miembros de la OTAN y explorar la propia capacidad del complejo occidental para hacer que equipos ucranianos (previamente incompatibles) pudieran ser integrados con sus contrapartes occidentales.
El segundo componente fue la entrega de equipamiento occidental, en particular de artillería de largo alcance, junto con vehículos blindados a rueda y a oruga, y el anuncio de la provisión de los M2/M3 Bradley para apoyar los viejos M-113. Además, y como respuesta directa a la capacidad rusa de ataque de largo alcance vía misiles superficie-superficie, aire-superficie y drones con sistema de guiado independiente –conocidos como munición merodeadora–, se dispuso la entrega de sistemas alemanes antiaéreos alemanes Geppard, y misiles Patriot (tal vez los remanentes Pac-1 mejorados), sistemas considerados de legado y en reserva en el arsenal norteamericano. Toda esta ayuda física fue acompañada de crecientes capacidades en el ciberespacio e inteligencia provista directamente por la infraestructura aerosatelital de la OTAN.
La segunda red es bicéfala, conformada por Rusia y China. Estructurada a partir de la incompatibilidad de su equipamiento con el occidental, para un importante número de países, representa una alternativa para hacerse de equipamiento militar, ya sea por afinidad ideológica o por las restricciones existentes de acceso a los mercados occidentales.
Ambos sistemas son expresiones de la autonomía militar de Pekín y Moscú respecto de los grandes poderes. Tienen capacidades complementarias y competitivas; son complejos industriales diferenciados con productos similares o derivados; y no están integradas entre sí ni desarrollan sistemas de manera conjunta, y operan por el sistema de producción bajo licencia. Rusia representa el 19 % del total mundial de transferencia de equipamiento militar, y el principal comprador es China. Este último refleja solo el 4,6 % de las exportaciones globales de armas. Ambos no alcanzan el 25 % del total mundial, lo cual muestra la capacidad global de penetración que posee.
El complejo militar ruso ha sido puesto a prueba desde el inicio de la conflagración. La invasión cristalizó la combinación de elementos modernos y de legado que va desde el empleo de diferentes versiones de tanques T-62 hasta los más modernos T-90M. Pensada como una ofensiva, en sus inicios, siguiendo los parámetros de guerra rápida a los efectos de hacer colapsar al gobierno de Ucrania, presentó el peso relativo del componente blindado, los medios de protección de estos junto con un gran despliegue de artillería terrestre y aérea, misiles de largo alcance con la capacidad de “golpear” distintos objetivos militares y un uso intensivo de la aviación táctica.
La contraofensiva de Ucrania llevó a una nueva situación militar. Una guerra de invierno centrada en las trincheras, movimientos de blindados e infantería reducidos y el uso intensivo de la artillería de ambos lados. La llegada de los Caesar franceses y los Himars norteamericanos que penetraron Rusia mostraron la capacidad de llevar la guerra al territorio ruso.
Por su parte, Rusia cambió su estrategia comenzando una guerra de desgaste donde importa el volumen, expresado en la movilización de reservas y reclutamiento. El cielo ucraniano es surcado constantemente por misiles hipersónicos, como los Tochka, que provocan daños en la infraestructura civil ucraniana, en especial en la red eléctrica. Esta situación hace que, cada día que pasa, al Gobierno de Zelensky y a la resistencia ucraniana les cueste un poco más en hombres y en material. La capacidad de movilización de Rusia en su retaguardia comienza a tener efectos en las bajas ucranianas. ¿Será Rusia físicamente capaz de entrenar a tiempo tropas capaces de combatir, y su complejo militar industrial, bajo sanciones occidentales, será capaz de producir o conseguir la munición y las armas que necesita para otro año más de combate?
Finalmente, tanto Rusia como Ucrania han sumado a otros proveedores de armas que poseen cierto peso internacional con sus complejos militares y que, en algunos aspectos, son tributarios de alguno de los dos complejos antes presentados. En sus informes, el SIPRI deja bajo el rótulo de “otros” un 10 % de productores de equipos militares, entre ellos, India, Brasil y Turquía. En ese pelotón, hay ciertamente jugadores en los que el peso del complejo occidental es mayor, pero también están Irán o Corea del Norte, que bien pueden ser considerados parte del complejo “no occidental”. Los primeros actores han provisto drones a los combatientes en Ucrania, como el ya famoso Bayraktar TB-2 y el Shahed-136, que actúan como munición inteligente; y Corea del Norte está nutriendo de artillería y munición a Rusia para que su esfuerzo de guerra pueda mantenerse y no pierda intensidad.
Si consideramos la provisión de armas a uno y otro bando, estamos en la primera guerra global. Desde el punto de vista de la campaña militar, ninguno de los contendientes parece haber llegado al punto de quiebre. Por lo tanto, con el campo de batalla abierto, hay poco margen para que ambos lados se sienten a discutir sobre la paz futura.
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